La Siembra Canaria nos ha enviado este artículo de Arturo del Villar de Colectivo Republicano 3m pidiendo que si lo considerábamos conveniente lo publicáramos en el Blog que le administramos a nuestro compañero el Coronel Martínez Inglés. Como podéis comprobar vemos este artículo muy conveniente:
JUAN CARLOS SUPERA A FRANCO
Este
22 de noviembre del año de desgracia 2012 cumple 37 años la
monarquía del 18 de julio instaurada por el dictadorísimo Franco
para perpetuar su régimen tiránico y genocida. Parece ser que la
llamada casa real, la más irreal de todas las españolas, no lo
celebra: según la página web de la conocida oficialmente como Casa
de Su Majestad el Rey de España, la agenda de hoy para la familia
irreal se limita a la entrega del premio Tomás Francisco Prieto por
la reina, la visita del tripríncipe de Asturias, Girona y Viana al
Grupo Móvil de Control Aéreo en Tablada (Sevilla), y la entrega de
los premios Universidad Empresa por la llamada infanta Elena, que
como todo sabemos es una sabia universitaria y una audaz empresaria,
seguramente. Por esos arriesgados trabajos cobran sus espléndidos
sueldos.
No está la monarquía para celebraciones. Su majestad el rey católico nuestro señor, que Dios guarde (aunque no lo hace mucho, se diría que le tiene harto con tanta aventura extra), va a entrar por enésima vez en el quirófano, para que le operen la rodilla izquierda. Hoy hace un año tampoco se hallaba muy presentable: apareció con el ojo izquierdo tumefacto, como consecuencia de haberse pegado un real mamporro contra una puerta mal colocada, poco después de mantener una real conversación íntima con su yernísimo, el excelentísimo señor don Iñaki Urdangarin, según le llama la citada página web. Al mismo tiempo cojeaba del pie izquierdo, que es lo que le falla siempre al rey católico, la izquierda. La derecha la tiene segura.
Como
que fue el dictadorísimo su patrón. Y ya le ha superado, porque la
dictadura “solamente” duró 36 años y ocho meses, a contar desde
el parte final de la guerra, y la monarquía que la continúa cumple
hoy 37 años. Ya dijo el dictadorísimo que dejaba al pueblo español
atado y bien atado. Y no hay quien lo desate.
¡No
olvidemos la historia!
Los
medios de comunicación de masas tampoco memorizan el aniversario.
Probablemente la casa irreal prefiera no recordar a los vasallos el
tiempo que llevan manteniendo a la real familia. En la que figura el
excelentísimo señor Iñaki Urdangarin, el mayor estafador del
reino, como puede comprobar cualquiera que entre hoy en la mentada
página. Y qué casualidad más desagradable, esos medios de
comunicación analizan hoy mismo la fianza de cuatro millones cien
mil euros que la Fiscalía Anticorrupción va a reclamarle, para
hacer frente a las responsabilidades económicas que se deriven de su
procesamiento, y anuncian que él y su cómplice esposa se mudan de
casa, abandonando el palacete donde tan felices fueron.
Nosotros,
resignados vasallos de su majestad el rey católico, que Dios guarde
seriamente, no queremos pasar por alto el aniversario, sobre todo al
tener en cuenta que ya se ha superado la duración de la dictadura.
Recordamos muy bien que aquel memorable 22 de noviembre de 1975, con
el cadáver del dictadorísimo todavía expuesto a la veneración de
sus fieles, se reunieron conjuntamente las llamadas Cortes Españolas
de la dictadura, junto con el llamado Consejo de Regencia, para
recibir el juramento de la persona a la que el difunto había
designado para sucederle al frente del Estado, si no como dictador,
como rey, para perpetuar el régimen creado por él a consecuencia de
haber derrotado al pueblo español con las armas y las tropas
proporcionadas por las naciones nazifascistas europeas y el dinero
vaticano.
En
un solemnísimo acto, el presidente del Consejo de Regencia, el
fascista Alejandro Rodríguez de Valcárcel, preguntó al que
ostentaba el título de príncipe de España por designación del
dictadorísimo, si juraba cumplir la misión que le había
encomendado el difunto, a lo que respondió el requerido: “Juro por
Dios, y sobre los santos Evangelios, cumplir y hacer cumplir
las Leyes Fundamentales del reino, y guardar lealtad a los Principios
que informan el Movimiento Nacional.”
Fue
la segunda vez que los juró. La primera lo había hecho allí mismo,
con el dictadorísimo de cuerpo presente, más o menos vivo, actuando
como presidente, el 23 de julio de 1969. Por eso, además de jurar
fidelidad a las más ilegales leyes del mundo, también juró lealtad
al exgeneral rebelde que había ganado la guerra y tiranizado al
pueblo español, su protector, el que le ofrecía la Corona del
España, con enorme disgusto del pretendiente oficial, Juan de
Borbón, hijo del exrey Alfonso XIII y padre del jurador
precisamente.
Con
el corazón en la boca
Una
vez prestado el juramento, el hasta entonces príncipe de España
ascendió a la categoría de rey de España, y se anunció que
reinaría con el nombre de Juan Carlos I. Tras los aplausos de rigor
el nuevo rey pronunció un discurso, en el que manifestó: “Como
rey de España, título que me confieren la tradición histórica,
las Leyes Fundamentales del reino, y el mandato legítimo de los
españoles, me honro en dirigiros el primer mensaje de la Corona, que
brota de lo más profundo de mi corazón.”
Nadie
le preguntó en qué consistía “el mandato legítimo de los
españoles”, y nadie lo comprendimos entonces ni lo comprendemos
todavía. Nadie nos había preguntado nuestra opinión. El
dictadorísimo decidió el 22 de julio de 1969 proponer a los
“procuradores” del remedo de sus Cortes que aceptasen como
sucesor suyo, con el título de rey, a Juan Carlos de Borbón y de
Borbón, y ellos aplaudieron a rabiar: para eso habían sido
designados por él o por sus estamentos. Los españoles no podíamos
opinar durante la dictadura, sino obedecer, y el que disentía era
“hábilmente interrogado” por la siniestra Policía Secreta,
hasta confesar lo que le proponían, caso de no ser suicidado
tirándose por una ventana o colgándose en la celda, en un descuido
de los carceleros, que eran muy despistados. Al menos, eso contaban
los medios de información censurados y censurables. El día 23
aplaudieron hasta la extenuación al príncipe designado por el
dictadorísimo, sin ninguna discusión.
Por
eso nada más iniciar su primer mensaje el nuevo rey rindió homenaje
al hombre que le había elevado hasta ese cargo tan honroso para él:
“Su recuerdo constituirá para mí una exigencia de comportamiento
y de lealtad para con las funciones que asumo al servicio de la
patria.” Con semejante modelo no se podía esperar mucho del
reinado que se estrenaba entonces. Previsoramente ya había anunciado
el dictadorísimo que lo dejaba “todo atado y bien atado” para su
posteridad. Seguiría mandando después de muerto. En realidad los
últimos años de su tiranía estaba más muerto que vivo, pero nadie
se atrevió a decírselo, por si acaso, porque su aflautada voz y su
mano aparkinsonada, más fiambre que el brazo de santa Teresa
conservado por él como reliquia, todavía eran capaces de ordenar
ejecuciones, y siempre había sicarios dispuestos a cumplirlas.
La
monarquía instaurada
Anunció
el nuevo rey que aquel día comenzaba una nueva etapa, la de la
monarquía del 18 de julio, según la denominó el dictadorísimo al
exponer su proyecto ante sus “procuradores”, el inolvidable día
22 de julio de 1969: les manifestó que él no restauraba la
monarquía, como sí lo había hecho otro general rebelde, Martínez
Campos, el fatídico 28 de diciembre de 1874, al sublevarse en
Sagunto y proclamar a Alfonso de Borbón como rey XII de ese nombre.
No, lo que aseguró hacer el dictadorísimo era instaurar una nueva
monarquía, la del 18 de julio, día de la rebelión militar en 1936,
para que fuese la continuadora de su régimen cuando él no pudiera
seguir asesinando a españoles díscolos. Por ello alteraba el orden
sucesorio habitual en la monarquía borbónica, y se saltaba al hijo
de Alfonso XIII y padre de Juan Carlos, contumaz pretendiente al
trono, para designar rey a quien le daba la realísima gana, porque
para eso lo había educado a su manera.
Continuó
de esta guisa el primer discurso del recién estrenado rey: “La
monarquía será fiel guardián de esa herencia, y procurará en todo
momento mantener la más estrecha relación con el pueblo.” Hay
herencias que hieren. Pero a Juan Carlos de Borbón le gusta la
recibida de su promotor. Lo expuso en el discurso tras ser proclamado
sucesor en 1969: “Quiero expresar, en primer lugar, que recibo de
su excelencia el jefe del Estado y generalísimo Franco, la
legitimidad política surgida el 18 de julio de 1936, en medio de
tantos sacrificios, de tantos sufrimientos, tristes, pero necesarios
para que nuestra patria encauzase de nuevo sus destinos.”
Según
eso, iniciar una rebelión militar que dio origen a una guerra
librada durante treinta y dos meses, que provocó un millón de
muertos en el frente o represaliados, que causó otro millón de
exiliados, y que llevó a la cárcel a un número incalculable de
presos políticos, había hecho surgir una “legitimidad política”,
porque todos esos horrores eran “necesarios”. Es la opinión del
rey católico nuestro señor. Mejor no comentarla, porque se comenta
por sí sola.
Un
legítimo asombro
Es
una idea muy arraigada en la mente del rey católico. Lo comprobamos
a menudo en sus declaraciones. Por ejemplo, en una entrevista que
firmada por Jean-François Revel y Edouard Bailby y titulada “Habla
el mago de la Zarzuela”, apareció en el número 86 de la revista
barcelonesa Interviú, de fecha 5 a 11 de enero de 1978,
página 8. Antes la había publicado el semanario parisiense
L’Express, con todo el aspecto de ser un publirreportaje
pagado para la promoción exterior del nuevo rey.
Refieren
los autores ese inolvidable momento en que el dictadorísimo decidió,
por su omnímodo poder absoluto, designar sucesor a Juan Carlos de
Borbón con el título de rey, y transcriben una conversación del
elegido con su padre el aspirante. “Los dos queremos trabajar para
la Monarquía –le dijo a su padre--. Tú eres el legítimo heredero
de la corona; yo he aceptado la legitimidad que me concede el general
Franco.” Puesto que nació en Roma y vivió en Suiza y en Portugal
antes de que su padre se lo entregase al dictadorísimo para que lo
maleducase, debemos sospechar que su majestad católica, además de
no saber hablar el castellano, como demuestra en cada uno de sus
discursos, es que tampoco lo entiende.
De
otra manera no se atrevería a alegar la legitimidad de un exgeneral
rebelde y genocida para justificarse. Etimológicamente la palabra
castellana “legitimidad” deriva de la latina legitimus, a
su vez derivada del genitivo legis, traducido por “de la
ley”, una vez estaba sancionada por el pueblo romano. A nadie más
que a Juan Carlos de Borbón y de Borbón se le podía ocurrir
encontrar legalidad en una rebelión militar organizada contra un
régimen democrático legítimo, para aplastar al pueblo y negarle
todas las libertades, en beneficio de las castas dominantes.
Por
todos los españoles
También
afirmó en el real discurso tras su real proclamación: “La
institución que personifico integra a todos los españoles”, una
exageración superlativa. Yo soy español y no me he sentido nunca
jamás integrado en la monarquía, y sé que todos los que se
manifiestan a menudo en las calles españolas con banderas tricolores
y gritando contra la monarquía, sienten lo mismo que yo. La
monarquía solamente puede integrar a los cortesanos, que son cortos
e insanos de mente. Los restantes, la mayoría, somos vasallos a la
fuerza, porque únicamente se nos permite expresar nuestros
sentimientos en las manifestaciones callejeras, mientras corremos
delante de la Policía monárquica disuasoria. Algunos además queman
públicamente fotografías de su majestad, o le parodian, o le
dibujan caricaturas jocosas, o propalan noticias no confirmadas sobre
él y sus relaciones privadas; pero los diligentes jueces actúan con
firmeza para poner coto a tales desmanes intolerables en una
monarquía.
Tan
solemne como inolvidable fue esta otra frase memorable del discurso
de investidura: “En este momento decisivo de mi vida afirmo
solemnemente que todo mi tiempo y todas las acciones de mi voluntad
estarán dirigidos a cumplir con mi deber.” Hemos de suponer que
entendía por deber el cumplimiento de los Principios del Movimiento
Nacional que había jurado por dos veces. Bien es verdad que durante
su largo reinado también se ha permitido algunas distracciones,
ajenas al cumplimiento del deber real, y que nos salen muy caras a
los vasallos, porque pagamos los rifles de caza superpotentes, las
motocicletas de grandes cilindradas, los automóviles lujosos, los
yates suntuosos, y los silencios. Y eso que él pacientemente ha
conseguido juntar unos ahorrillos, unos mil ochocientos millones de
euros, según informa habitualmente EuroBusiness, en donde es
posible encontrar unos datos que no se publican en España. Hay que
reconocer que su familia le ayuda eficazmente en este terreno, sobre
todo su yernísimo Urdangarin.
Más
adelante proclamó rimbombantemente: “Guardaré y haré guardar las
leyes, teniendo por norte la justicia, y sabiendo que el servicio del
pueblo es el fin que justifica toda mi función.” Pues precisamente
en el Norte existe un pueblo que desconfía de la justicia
monárquica, porque muchos de sus hijos son presos políticos,
encerrados en unas cárceles muy alejadas de su tierra para
dificultar las visitas de sus familiares. En el Norte exactamente
hay partidos políticos ilegalizados por la justicia monárquica, a
los que no puede votar el pueblo. En el Norte ciertamente los
electores prefieren votar a partidos que son contrarios a la
monarquía, aunque no expresen en público sus opiniones porque
cuando lo hacen son ilegalizados. En el Norte decididamente se pita
al rey en los encuentros deportivos, lo que constituye un plebiscito,
ya que no se cuenta con otro sistema. Ese Norte de España no
coincide con el norte monárquico en nada.
No
importa: España es una de las siete monarquías existentes todavía
en la Unión Europea, y eso es algo muy importante. Para los reyes y
sus familias, por supuesto. Mientras tanto el viento de la historia
sopla a favor de las repúblicas. Treinta y siete años pesan mucho,
demasiado
Arturo del Villar
Presidente del:
Colectivo Republicano 3m
Correo: colrep3milenio@gmail.com