La ITV regia
Pero, majestad ¿otra vez al taller?
¡Atención, españoles, habla el rey!
Pues sí, sí, queridos súbditos, estimados vasallos, deleznables pelotas, estúpidos cortesanos, españoles todos… otra vez debo pasar por el taller pues siendo en estos momentos mi regia persona poseedora de una estructura vehicular totalmente de titanio (bueno, excepto el perno direccional delantero o corcusilla que sigue siendo biológico y que con el nivel de corinnazol bajo no hay forma de que funcione adecuadamente), debo cumplir a rajatabla con las recomendaciones del servicio oficial de la afamada marca tecnológica CRISA (Construcciones Robóticas Internacionales, Sociedad Anónima), firmante de mi actual esqueleto, y, en consecuencia, entrar en boxes el próximo jueves día 21 del presente mes para que, por una parte, me cambien de nuevo la rótula de la suspensión delantera izquierda (habitada hasta el mes pasado por entes bacteriológicos desconocidos) y, por otra, me pasen las oportunas revisiones de los 20.000 polvokilómetros del citado perno direccional y de las 100.000 horas de funcionamiento continuo de las dos centrales electrónicas básicas del motor: la hepática (vulgo, hígado) y la que gestiona los escapes hidráulicos del sistema (riñones). Todo ello, por mor de la agitada vida personal que, debido a mis quehaceres institucionales, he debido llevar en los últimos cuarenta años, juerga más, juerga menos.
Y es que, queridos vasallos, aunque los Borbones somos de naturaleza fuerte y con elevadas dosis genéticas de testosterona, la vida no perdona y, quieras que no, pasa factura conforme se cumplen años. En mi caso en concreto, a pesar de que siempre he sido una persona (regia, eso sí, pero persona al fin y al cabo no como ahora que me he convertido en un VBT, un vehículo borbónico de titanio) muy dada al trompicón y a las caídas pseudo deportivas, normalmente con tasas de alcoholemia legales, me había mantenido bastante bien físicamente hasta prácticamente cumplir las seis décadas de vida (terrenal) y casi las tres de reinado (divino). Y fue a partir de ese momento histórico cuando por causas que se desconocen (bueno, yo sí las conozco pero me las callo que ya he tenido que pedir perdón una vez) empecé a sentir en mis carnes el peso, no de la púrpura que digan lo que digan los plebeyos es muy ligera y se lleva bastante bien, sino del enorme trabajo desarrollado, básicamente en la cama y en el comedor, en cumplimento estricto de las enormes responsabilidades contraídas (por la gracia de mi querido generalísimo) con mis queridos y sufridos súbditos.
Pero bueno, no quiero quejarme en demasía que luego se enfadan mi señora (sí, sí, la griega, la legal), mi hijo (sí, sí, el alto, el preparao, el no bastardo), la delgadísima y elegante señora de éste (la Leti de toda la vida), mi hija, la infanta separada temporalmente de su señor esposo (conocido como Petronio en los ambientes chic madrileños), mi otra hija, la asimismo infanta engañada por su todavía marido el Urdanga y, por lo tanto, Inimputable… y hasta este susodicho presunto chorizo de Pedalbres, el Empalmao, que no dejan un solo momento de decirme que ya está bien, que renuncie, que abandone, que descanse, que me vaya de una vez con viento fresco por el bien de todos los españoles y, sobre todo, por el de ellos mismos (¡qué descastados!). A Las Maldivas, al Caribe, a Cabo Verde, a Guinea Ecuatorial, a Arabia Saudí o a cualquier otro sitio de más o menos buen vivir. Menos, obviamente, aquí sí que se ponen todos de acuerdo ¡a Alemania! que en estos momentos, según ellos, es donde está el verdadero peligro para mí y para la monarquía que represento ¡Qué perverso contencioso tendrá esta familia mía con el maravilloso país de la señora Merkel! Porque bueno, creo que por allí recala a menudo mi antigua asesora estratégica en el noble arte de matar elefantes a sangre fría, la bella Corinna, pero desde luego ya no ejerce como tal, mayormente por lo de la cadera, y solo es ya una amiga entrañable que busca mi felicidad y, en especial, mi salud.
Pues la verdad es, apreciados plebeyos, que en estos momentos, con la que está cayendo en este país diga lo que diga el astuto (para mí como rey, para el pueblo, mentiroso) Rajoy, empiezo a creer que ellos, mi adorable familia, tienen bastante razón. Porque yo así no puedo continuar. Esto no hay Dios que lo aguante. Yo no puedo, con las caderas que tengo, seguir como si nada me hubiera pasado en aquél malhadado acto de servicio en Botsuana, cumpliendo con mis sagrados deberes de Jefe del Estado y, sobre todo, de rey, con lo que esto último me supone: ponerme a diario tibio de vino (bueno), de langosta, de caviar, de lomos de merluza (del Cantábrico, nada de Argentina), de marisco gallego, de huevos escalfados (que me gustan mucho, la verdad), de soufflé de manzana, de tarta de queso con arándanos, de buen coñac (todavía tengo bastantes botellas regalo de Ruiz Mateos, el pobre), de innumerables chupitos de hierbas… y, todo ello, vestido de capitán general con mando en plaza, con lo poco que rima el uniforme y las medallas con mi ya contrastada protuberancia abdominal, las prótesis y las muletas. Y con el peligro cierto de que un mal día (ya me ha pasado) me pegue un hostión de verdad, de campeonato, tipo tsunami o supertifón, y se desintegre como un castillo de naipes tomo mi aparataje robótico. Y a ver que pasa después.
Por eso, amados vasallos, y no quiero alargar en demasía esta pequeña intervención mía con motivo de mi regio pasar por la ITV, creo que está llegando el momento de, si no abdicar que es algo muy fuerte tal como está el patio celtibérico de corrupción, latrocinio, rescates, paro y crisis generalizada, sí de empezar a pensar como hacerlo. Pero claro, lo que tampoco quiero de ninguna de las maneras es pasarle el tremendo marrón de gestionar esta situación límite de mi amada institución monárquica a mi único vástago (no bastardo) que tengo. Que por muy preparao que esté (que lo está, por lo menos así lo dicen todos los pelotas y cortesanos de este virreynato alemán que todavía regento por cortesía de la fürer alemana) no creo que pueda controlar el tremendo guirigay político, económico y social que seguro va a salir de las próximas elecciones generales de 2015. Y eso, contando con que el mentiroso Rajoy aguante hasta entonces y no sea él el que primero huya a Las Maldivas.
Es esto último lo que me frena, querido pueblo español, y lo que hace que, a pesar de que la carrocería de titanio que porto no funciona correctamente, se me gripa un día sí y otro también y me hace sufrir lo indecible… me resista a dar el paso definitivo, a quitarme de en medio de una vez, a abandonar la sagrada corona de mis antepasados. No sea que el relevo generacional regio no funcione (casi nunca resultan bien las herencias en el poder) ya que el pueblo español actual no tiene nada que ver con el que me rió las gracias, el 22 de noviembre de 1975, cuando juré ante los Evangelios los principios inmutables del Movimiento Nacional franquista, y en vez de agarrar el trono por los cuernos mi querido y único hijo (no bastardo) D. Felipe, lo haga algún republicano espabilao. Y encima, con la tricolor al viento.
En fin, estúpidos vasallos ¡Uy, perdón, en qué estaría pensando, si esto quien lo decía, y con mucha gracia, era mi antepasado el caradura Fernando VII! Que estoy hecho un lío permanente. Que vivo inmerso en la duda metódica y en la angustia vital continua. Hasta que un mal día (o bueno, sabe Dios, casi casi, estoy deseando que llegue cuanto antes), como vaticinaba antes, me pegue una soberana castaña a lo Fidel Castro y se acabe de golpe mi sufrimiento. Pues muy bien, el que venga detrás que arree. Aunque sea el mismísimo Riego redivivo… Yo ya he cumplido con todos los españoles, sobre todo con ellas, con mis amigas entrañables.
Amadeo Martínez Inglés
Coronel. Escritor. Historiador
y Periodista eventual.
Recomendación del autor de esta sin par entrevista regia: “Conductor español: Pasa la ITV de tu vehículo, y de ti mismo si eres portador de prótesis inteligentes, en los afamados “Talleres Quirón” de Madrid. Te tratarán como a un rey y, encima, te resultarán gratis total” Pásalo.
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